domingo, 10 de enero de 2010

Capítulo XIII - Datos complementarios

Es preciso hacer notar, que Mario López Aguilar fue un elemento intelectual como pocos he conocido, a decir verdad, siempre estuvo al lado de la justicia a pesar de todas las malas impresiones que tengan de él, su vida estuvo llena de escollos y sinsabores, la tragedia le hacía sentir compasión por los demás y despejaba los caminos haciendo resplandecer el horizonte.

Los que por fortuna lo vimos pasar por las aulas universitarias, vimos su elocuencia puesta siempre al servicio de la verdad, de la confraternidad terrablanquense y vibramos bajo el conjuro de su verbo de fuego, de su encendida retórica de luchador contra la injusticia que los hombres querían hacer valer a cualquier precio. Sin embargo, el destino inclemente la trasladó al más allá que es para nosotros los que todavía estamos con vida, un mundo desconocido. Por ello es que nos precipitamos elevando al Supremo Creador, nuestras oraciones por el eterno descanso de su alma.

En el prólogo de este trabajo quedaron escritas sus últimas palabras, las cuales voy a publicar como homenaje a su memoria como un agradecimiento sincero, para tomar la pluma y hacerla deslizar sobre el papel, como si la mano de un genio invisible la guiase. Leo lo escrito y me lleno de estupor. Mi estilo es armonioso, elegante y atildado, como si no fuese mío. Esto hace que la imaginación haya corrido espontáneamente, fluida como el agua de un manantial, dejando aquí y allá manchas rosadas y azules. Lo escrito suena en mis propios oídos como una música de violines, así como si fuera una música rara e inolvidable. Es maravilloso todo lo que me circunda, ríen y brillan como la primavera, me siento joven, dúctil y soñador, como ante un milagro de músicas agitadas por el céfiro. He olvidado todos mis dolores, así como la amargura de mi tenaz infortunio al haber perdido a mis padres a muy temprana edad, me siento como si estuviera embriagado por un vino celeste, como si un río de palabras de amor me arrullase. Trato de descifrar el enigma adorable de este gozo inmenso que se ha apoderado de mí; pero no logro desgarrar el velo que lo cubre.

Me siento satisfecho de llevar a feliz término este trabajo, agradeciendo infinitamente a las personas que han contribuido económicamente para lograrlo, más adelante daré a conocer los nombres y cantidades que cada cual aportó.

En plática con mi amigo Elías Pérez Mora, me hizo notar y muy a su debido tiempo que, haciendo referencia a la humanitaria labor de una señora venerable me indicó: “Te has olvidado de doña Leandra y su hija”. Efectivamente desconozco esos datos, pero Elías me despejó la mente, doña Leandra y su hija Guadalupe adoptaron varios niños que no tenían papá ni mamá, les dieron crianza, amor maternal, sustento y escuela hasta llegar a formarlos, a estas fechas, varios de ellos son personajes útiles a la sociedad.

Lupe como cariñosamente le decimos es, una maestra de baile de sones jarochos, enseñó a muchos jóvenes en esta ciudad, entre los que se cuentan Gustavo Vázquez, Miguel Angel Amador Palmeros, señoritas Gloria y Margarita Martínez Pérez hijitas de mi buen amigo desaparecido Genaro Martínez Campos y doña Margarita Pérez Mora, a Magali Mendoza y otros que no recuerdo sus nombres. Doña Leandra ya murió y Lupe no he sabido más de ella.

Voy a referirme a un personaje muy notable, él era Juan Márquez por cuyo nombre verdadero nadie o muy pocos lo conocieron, era un veterano de la revolución con el grado de sargento que nunca le fue reconocido, vivió siempre en la miseria y así murió, era chambeador y muy servicial, nunca se despojaba del uniforme de sargento y todos lo conocieron por el mote de “Mecapale” derivado de un mecate y palo, ya que siempre portaba como un arma un garrote con un pedazo de reata, Mecapale fue un personaje muy conocido del pueblo, le gustaba hacerle a la mojiganga en las fiestas Guadalupanas y del Carnaval, así como en las festividades de fin de año, era el primero que hacía acto de presencia con su indumentaria adecuada haciéndole al viejo que se va, por cierto que no le quedaba mal el papel y se divertía y divertía a los demás.

Volviendo a doña Leandra y su hija, ellas se distinguieron por su obra caritativa en la crianza de varios niños desamparados, a quienes les dieron casa y educación.

En cuanto a la formación de escuelas, la primera que funcionó fue una que se improvisó en la ranchería de “Paso Blanco”, la que en aquella época fue costeada por don Pedro García quien enseñaba a leer y escribir gratuitamente. Justo es reconocer y hacer honor a quien honor merece, es que uno de los pilares más consolidados en al educación de la niñez terrablanquense, fue la profesora Felicitas Sánchez que posteriormente destacó en sus funciones como directora de la escuela José María Morelos y Pavón.

Respecto al Hospital Civil Jesús García, en aquella época cuando apenas empezaba a funcionar, era proveído de carnes y legumbres por los locatarios del mercado, la leche se le proporcionaba por conducto de una comisión de damas entre las que se cuentan doña Ana Maldonado de Hazz, doña Cenobia Rodríguez de Pichardo, Guadalupe Nieto y la señora Carriedo esposa de don Félix Sarquís y otras.

El primer director que se hizo cargo del Hospital Civil fue le doctor José Antonio Márquez, a quien le tocó atender al primer lesionado que fue el conductor Francisco Martínez.

Ahora algunas poesías de los élades terrablanquenses, valores que por falta de publicidad no se han dado a conocer.

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